Cómo construir un trastorno mental
Eduardo, hace un año tuvo una serie de síntomas físicos persistentes: entumecimiento, hormigueo y dolor de los miembros inferiores, mareos y vértigos.
Un día era tan acuciante el dolor, que acude a urgencias, donde le realizan una serie de pruebas parar determinar cuál es el problema, hacer un diagnóstico y dar inicio al tratamiento.
Como las pruebas en urgencias parece que no dan ningún resultado concluyente, los médicos deciden ingresarlo en el hospital. Cuando le informan su ingreso, Eduardo piensa: “debo tener algo poco frecuente, pero estoy en buenas manos”.
A lo largo de todo un mes es sometido a mil y una pruebas con diferentes especialistas. A medida que van pasando los días de su ingreso hospitalario, sin saber qué le sucede exactamente y cuál es el origen de su problema, los mensajes intrusivos van llenando la cabeza de Eduardo (“debo tener algo extraño porque los médicos no están dando con ello”; “tengo una enfermedad rara e incurable“; “voy a morir”) y, consecuentemente, disparando su ansiedad.
Él intenta mantener la calma, al fin y al cabo “estoy en el lugar adecuado”, y no pensar en todos esos pensamientos catastróficos, pero ya sabemos que pensar en no pensar es pensar (en duplicado): día y noche su cabeza está inundada con mensajes nada halagüeños. La obsesión y ansiedad van en aumento.
Pasado un mes, Eduardo es enviado de vuelta a casa sin que en el hospital logren averiguar el origen del problema y dar con un diagnóstico y con una medicación para paliar los síntomas, incluido el correspondiente ansiolítico y antidepresivo.
Y a partir de este momento, se desencadena la espiral de “locura”. En su mente solo hay un pensamiento: “sin diagnóstico, no me pueden curar. Estoy desahuciado”. Intenta no pensar en ello, porque le genera muchísima ansiedad y tiene que tomarse un ansiolítico (le han prescrito que puede ingerir hasta tres diarios), pero más intenta no pensar, más presente está el pensamiento, más ansiedad…
Es tal la tensión que comienza a sufrir mareos, vértigos, ausencias y sensación de desrealización, retroalimentando el miedo: más pensamientos intrusivos, cada vez más presentes, más ansiedad, más síntomas asociados, más miedo.
Comienza a escuchar su cuerpo, a controlar los síntomas físicos y sensaciones, y quien busca, ¡encuentra! (mareos, vértigos, hormigueo en las extremidades, dolor de cabeza, tensión muscular…), lo no que no hace más que alimentar la espiral del miedo: más controla los síntomas, más se desencadenan, más pensamientos intrusivos, más ansiedad, más miedo.
Por miedo a que le ocurra algo como consecuencia de sus síntomas, empieza a evitar salir de casa, pero nuevamente esta solución intensifica el problema: más evita, más teme que le suceda algo malo fuera de casa y nadie pueda auxiliarla, más evita (hasta el punto de ya no salir de casa, ni con amigos ni con familiares), más pensamientos intrusivos, más ansiedad, más descontrol de los síntomas, más miedo.
Todo este relato podría ser ficción, pero la realidad, a menudo, supera la ficción. Con la mejor intención las soluciones intentadas por las personas implicadas, o sea, aquellas acciones que bien porque no nos damos cuenta, o no se nos ocurre otra forma de reaccionar, o porque nos fueron eficaces en situaciones similares del pasado.
Las repetimos, aunque no estén funcionando, manteniendo y empeorando los problemas humanos. De esta forma se puede explicar cómo construir un trastorno mental.
Como se suele decir, el camino al infierno está lleno de buenas intenciones.