El miedo a no estar a la altura: ¿quién es tu juez?

El miedo a no estar a la altura: ¿quién es tu juez?

Desde que empezó la pandemia, han ido llegando a consulta oleadas de casuísticas (al menos, en mi realidad). Primero llegaron los trastornos de ansiedad, luego los casos de estrés postraumático y duelo en adultos, mientas que en adolescentes se presentaba autolesiones, ideación y conductas autolíticas. Más tarde llegó la depresión, seguida casi al unísono, de trastornos de la conducta alimentaria, desde edades pre-púber a adultos, y ahora el miedo a no estar a la altura.

Inseguros de ser capaces de alcanzar las expectativas que se han fijado o cumplir con aquellas que los demás depositaron sobre ellos, inseguros de ser dignos valederos de amistad, cariño, aprecio, aceptación; inseguros respecto a sus acciones porque hagan lo que hagan el resultado es siempre erróneo, inseguros en relación a la (mejor) toma de decisiones, inseguros ante el qué dirán de sus obras y/o opiniones, inseguros de su comportamiento y efecto benéfico sobre sí mismo y/o los demás; inseguros de estar capacitados para mantener el nivel adquirido o la meta lograda …

Cada paciente narra su miedo a no estar a la altura, cuál es su inseguridad, pero en todos ellos está presente un denominador común que explicitan: baja autoestima.

Sin entrar en consideraciones ontológicas sobre qué es la autoestima, dado que dependiendo del paradigma psicológico según el cual se aborde tiene sus matices, podemos considerar el concepto de autoestima como la valoración de la imagen que las personas tienen de sí mismas construida a partir de la autopercepción de experiencias, sensaciones y cogniciones. Una autoevaluación, resultado de esta percepción, que tanto puede abocar en un sentimiento positivo hacia uno mismo de ser lo que cree que se espera o esperan, como en un sentimiento negativo de no ser lo que cree que se espera o esperan.

Por tanto, si la interpretación de la autopercepción configura estos sentimientos hacia sí mismo, no es de extrañar la estrecha correlación, al menos en mi casuística, entre inseguridad y baja autoestima.

¿Y quién emite ese dictamen, la evaluación de no estar a la altura, que soslaya la seguridad y mina la autoestima? Tu juez es quien te sentencia. Pero, ¿dónde está este juez?

1.- Juez interior

torquemadaUn “Torquemada” inflexible y severo que desde su posición de superioridad analiza lo que hacemos y dejamos de hacer, lo que sentimos y dejamos de sentir, lo que pensamos y dejamos de pensar. La conciencia juzgando a la consciencia, dictando siempre el mismo veredicto: culpable. Culpable por imperfecto, equivocado, incorrecto, nulo, negado, fallido, errado, inadecuado, indeciso, fracasado, desacertado, inapropiado, incompetente, inexacto, ineficaz, desatinado, inepto, incapaz, inútil, …

Cuando llega el inquisidor interior, la persona trata de rebatir las acusaciones contra ella esgrimidas, primero mentalmente, pero cuanto más rebate más argumentación proporciona a “Torquemada” para seguir subyugando.

Luego intenta a través de la acción o inacción esquivar cualquier error que el enjuiciador le pueda echar en cara. La acción de hiper-controlar absolutamente todo, como aquellos que padecen el síndrome del impostor, siempre en un estado hiper-vigilante y con el cortisol por las nubes por miedo a ser descubiertos, o la inacción evitando todo riesgo que pueda derivar en un fracaso. Pero el exceso de control que hace perder el control, o la parálisis por el exceso de análisis, así como la huida antes que afrontar, no hacen más que alimentar el ensañamiento del juez interior.

Y llegados a este punto, extenuada la persona tras el naufragio de sus intentos de solución, o delega en terceros o renuncia, admitiendo la sentencia de culpabilidad.

2.- Juez exterior

El miedo al qué dirán, a ser rechazado, a ser valorado negativamente, a ser excluido…, bien sea en el plano comportamental o bien en el plano afectivo-relacional, conduce a la persona a estar completamente pendiente de las señales y “feedback” que recibe de los demás.

Sin embargo, el significado que atribuye a lo que le llega por los sentidos –si siento que los demás me juzgan, es porque realmente me juzgan– le llevan a poner  en acción soluciones, para evitar que su temor se haga realidad, que inevitablemente conducen a que la anatema se cumpla.

evitarLa reacción más “instintiva” es evitar exponerse ante los demás, bajo la creencia de: “si no me expongo, no me podrán juzgar”. La evitación supone un alivio momentáneo al haber sorteado el juicio externo, pero el miedo a ser juzgado se mantiene igual o incluso en mayor grado, porque ya no sólo se teme el enjuiciamiento de lo que podría haber dicho o hecho sino lo no hecho o no dicho.

Pero no siempre es posible evitar exponerse. En unos casos porque las circunstancias obligan, en otros porque la persona se pone a prueba y decide afrontar. Si su miedo se circunscribe en el plano comportamental, de inicio suele tomar precauciones, su “kit de protección”, hiper-controlar, planificando al detalle la ejecución y esforzándose para brillar durante su desempeño, con el fin de evitar el juicio de los demás, o al menos reducirlo al máximo. El problema es que el “kit de protección” acaba convirtiéndose en una muleta de la que no se puede desprender, el exceso de control lleva al descontrol o a la parálisis, y el intento de brillar a toda costa paradójicamente bloquea los recursos personales.

En el plano afectivo-relacional, la persona trata de esforzarse por ser merecedora de estima y evitar ser rechazada, actuando tal como según su creencia de que los demás le aceptarán (más simpática, más agradable, más amable, más cariñosa, más …). Pero forzar el nivel emocional tanto puede reflejar una actitud impostada como inhibir los talentos racionales.

También busca la aprobación y aceptación de los otros desde un nivel operativo. Intenta complacer todos los deseos de los demás, incapaz de decir no, porque entonces (cree) será rechazada, hasta el punto de llegar a someterse en algunos casos; y dar sin que le pidan, anticiparse y cubrir las necesidades de los demás con la ilusoria esperanza de que recibirá el mismo trato. “Yo te doy, tú me das” una especie de intercambio perverso que en Terapia Breve Estratégica denominamos Prostitución Relacional.

Cuando las soluciones puestas en marcha, tanto en el plano comportamental como en el afectivo-relacional, no funcionan, ya sólo resta defenderse anticipadamente de la censura de los demás, provocando que la profecía se cumpla: los demás te juzgan/rechazan.

Conocidos ahora los mecanismos que llevan a consolidar el miedo a no estar a la altura, la baja autoestima, que a fin de cuentas podría resumirse en: – o la persona se subestima o sobreestima a los demás, ya podrás responder – ¿quién es tu juez?

 

BOB