Más mundo, menos pantalla: móvil y salud mental en adolescentes

Más mundo, menos pantalla: móvil y salud mental en adolescentes

Una generación atrapada en las pantallas

Desde hace más de una década, en los países desarrollados se observa un fenómeno inquietante: un aumento sostenido en los diagnósticos de ansiedad, depresión y trastornos emocionales entre adolescentes y jóvenes.

La generación que atravesó la pubertad durante la década de 2010, creció en un contexto tecnológico y cultural completamente nuevo: smartphones omnipresentes, redes sociales adictivas y un contacto cada vez más reducido con la experiencia directa del mundo. UNICEF señala que hemos pasado de las TIC a las TRIC -tecnologías para la relación, la información y la comunicación-, y es precisamente en este nuevo ecosistema donde se desenvuelven las generaciones más jóvenes.

Según el informe Social Media and Youth Mental Health publicado en 2023 por The U.S. Surgeon General’s Advisory, los adolescentes que pasan más de tres horas al día en dispositivos electrónicos con acceso a internet presentan aproximadamente el doble de riesgo de padecer problemas de salud mental. En España, el Informe sobre Adicciones Comportamentales y otros trastornos adictivos de 2024 indica un 11,7% de riesgo elevado de uso compulsivo de servicios digitales entre los usuarios de 15–24 años -frente al 10,8% en 2022 (casi un punto más)-; y en adolescentes de 14–18 años la cifra asciende al 20,5%.

Una construcción del yo mediada por pantallas

En la práctica psicoterapéutica breve estratégica, vemos cada vez más jóvenes y adolescentes -algunos incluso en etapa prepuberal-, cuya autopercepción está profundamente mediada por pantallas y métricas de aprobación social de las redes sociales. Su identidad se construye frente a una audiencia invisible que evalúa, comenta y compara. Esa “mirada digital” actúa como un espejo distorsionado que refuerza la inseguridad, la autoexigencia y el miedo al rechazo.

A nivel emocional, esto implica sustituir la experiencia vivida por la observada. Lo que antes se aprendía mediante el juego, el riesgo, los vínculos presenciales o los errores, ahora se simula en pantallas que prometen conexión, pero muchas veces pueden favorecer el aislamiento emocional.

Cuatro efectos del crecimiento en una infancia basada en el teléfono

El deterioro del bienestar psicológico adolescente tiene raíces complejas, pero la evidencia científica y la experiencia clínica suelen señalar cuatro factores principales:

  1. Privación social:
    Las relaciones virtuales, aunque inmediatas, carecen de la riqueza emocional y física que construye habilidades sociales sólidas. Sustituir el contacto humano por interacciones virtuales repercute negativamente en la empatía, la inteligencia emocional y la capacidad de sostener vínculos reales.
  2. Falta de sueño:
    El uso nocturno de dispositivos, la exposición a la luz azul y la ansiedad por mantenerse conectado alteran los ritmos de descanso, esenciales para el desarrollo neurológico y emocional. El uso nocturno del móvil y otros dispositivos puede alterar el ritmo de sueño y aumentar irritabilidad, fatiga y vulnerabilidad emocional
  3. Fragmentación de la atención:
    La multitarea digital debilita la capacidad de concentración y fomenta una mente en constante dispersión, afectando negativamente al aprendizaje, el rendimiento académico y la regulación emocional.
  4. Adicción y dependencia:
    Las plataformas digitales están diseñadas para mantenernos conectados. El refuerzo inmediato de cada notificación favorece un circuito de recompensa difícil de interrumpir, especialmente en cerebros aún en desarrollo.

Lo que vemos en consulta

Muchos padres llegan a consulta llenos de frustración:
“No puedo quitarle el móvil, se pone peor.”
“Si cortamos la wifi, se pone de mal humor.”
“No tiene amigos fuera de la pantalla.”
“No suelta el móvil ni un minuto.”
“Se pasa el día encerrado en su cuarto pegado a la pantalla.”

Sorprendentemente, estas quejas se repiten en hogares muy distintos.

Una de las reacciones más comunes para intentar frenar este uso excesivo de dispositivos es prohibirlos o controlar su uso. Desde la perspectiva de la psicoterapia breve estratégica, cuanto más se intenta controlar o prohibir, más se refuerza la resistencia y la dependencia. Lo que al principio es solo un intento de control comprensible, si se repite y se intensifica, puede convertirse en parte del problema y terminar alimentando la escalada. En el modelo estratégico, esto se conoce como intentos de solución: soluciones que no resuelven, sino que complican la situación.

El cambio real comienza cuando se modifica la forma de intervenir, no desde la lucha, sino desde una nueva perspectiva. Ayudar a los jóvenes a reconectarse con lo “real” no significa eliminar las pantallas, sino ofrecerles alternativas con sentido, que despierten su curiosidad, su creatividad y el disfrute auténtico.

Soluciones de sentido común (y terapéuticas)

  1. Más —y mejor— experiencia en el mundo real:
    Fomentar el contacto con la naturaleza, pasar tiempo al aire libre, practicar deportes, tocar un instrumento, leer, sumarse a proyectos creativos o simplemente compartir tiempo con amigos en persona. La experiencia vivida fortalece el cerebro emocional y entrena la tolerancia a la frustración.
  2. Menos —y mejor— experiencia ante las pantallas:
    No se trata de prohibir, sino de educar en el uso consciente de la tecnología. En lugar de simplemente cortar el acceso, de limitar su uso, se trata de acompañar a los jóvenes: seleccionar contenidos de calidad, evitar el uso nocturno y acordar momentos concretos para hablar de lo que consumen (qué les activa, qué les engancha y qué les deja peor). De esta manera, aprenden a disfrutar de lo digital sin que éste controle su tiempo, su atención o sus emociones.
  3. Modelar con el ejemplo:
    Los adultos también necesitamos revisar nuestra relación con la tecnología. Desconectarse para estar presentes es, hoy, una forma de cuidado emocional tanto para nosotros como para los hijos. Acciones como apagar el móvil durante las comidas, compartir momentos sin pantallas, dedicar tiempo a hobbies offline, son ejemplos visibles que los jóvenes pueden imitar.
  4. Restaurar los rituales cotidianos:
    Pequeños gestos cotidianos hacen una gran diferencia, como comer juntos sin pantallas, charlar sobre el día mientras se prepara la cena o incluso permitir que los hijos se aburran un poco. En lo simple reside una parte esencial de la salud mental: la experiencia compartida, el silencio y la atención al otro ayudan a fortalecer los vínculos familiares. Al vernos disfrutar de la vida fuera de la pantalla, aprenden de manera natural a equilibrar el tiempo digital y a valorar la presencia real.

Volver a lo esencial

La tecnología no es el enemigo; el problema aparece cuando empieza a reemplazar la experiencia humana. En la consulta, observo a diario cómo pequeños cambios pueden transformar la vida familiar: recuperar rutinas, fomentar el contacto con amigos y garantizar un descanso real tienen un efecto profundo en el bienestar emocional.

Reconectarse con lo real no es un lujo ni una moda nostálgica; es una necesidad evolutiva. Y cuando las soluciones de sentido común no parecen funcionar, contar con un especialista en salud mental puede marcar la diferencia. Una intervención breve y estratégica puede desbloquear situaciones que en casa parecen imposibles, ayudando tanto a padres como a hijos a recuperar equilibrio, calma y conexión.